martes, noviembre 03, 2015

El Castillo



Cuando tenía tres años fui hospitalizada de emergencia por una apendicitis. Recuerdo de manera vaga los brazos de mi madre sosteniéndome y las luces de azogue que asomaban por los cristales del automóvil. Al llegar al hospital todo me daba vueltas. Entrar a la sala de operaciones fue un fenómeno sensorial: parecía un salón de espejos donde los instrumentos quirúrgicos relucían en un fondo blanco. Lloré mucho hasta que la anestesia hizo su efecto.
Al despertar me encontré en un enorme castillo lleno de camas, niños y enfermeras. A mi lado a un niño lo alimentaban a través de una sonda mientras su madre le sostenía la mano. La señora usaba traje sastre y me inspiró confianza. No pude resistir el impulso y le pregunté cómo se llamaba el niño. Ella me sonrió y dijo que se llamaba Saúl y que pronto iba a despertar para platicar conmigo. Esa respuesta me sorprendió porque Saúl parecía un pequeño príncipe hechizado en aquel castillo blanco. Luego me percaté de que todos los niños en aquel sitio estábamos hechizados. Pensé que no me quedaba otra salida más que esperar a mi mamá despierta, pero el sueño me venció.
Desperté a las 5 de la mañana. Mi madre estaba sentada en una silla con la carterita en las piernas y su polvera en las manos. Trataba de empolvarse la nariz y al mismo tiempo mirarse al espejo mientras hacia un gesto muy coqueto. Después, con una mano juntó su largo cabello y lo alzó para figurar un peinado alto. En ese momento, al ver su imagen coqueta y su falso peinado alto me pareció entre sueños ver a una Marquesa preparada para un baile.

El último día que estuve presa en el castillo, aburrida del té sin azúcar, le encargué a mi mamá una comisión de vida o muerte: debía traerme un helado. Sin embargo, lo que me llevó fue una gelatina de colores, sin azúcar. Mientras comía gelatina me di cuenta que a mi flanco izquierdo estaba Saúl despierto. No pude hablarle, me dio pena. Me sonrojé al pensar que el pequeño príncipe sí había despertado y era un niño como cualquier otro. La enfermera que entró en seguida comenzó a contarle a Saúl mi estado y mi recuperación tan exitosa, como si fuera algo que dependiera de mí. Lo único que hice fue cubrirme con la sábana y desee con todas mis fuerzas salir pronto al jardín.

Septiembre del 2010
 

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